25 oct 2016

Sentido común, Crónica del manicomio, por Fernando Colina



El día 15, coincidiendo con las VI Jornadas de La Revolución Delirante, Fernando Colina escribe este texto en su sabatina Crónica del Manicomio de "El Norte de Castilla". 
Queríamos compartirlo con todos vosotros y, de paso, recordad esta foto de Junio de 1978, tomada durante el encierro que realizaron los trabajadores del Hospital Psiquiátrico Dr. Villacián para defender sus puestos de trabajo y democratizar el Centro Asistencial que surgía tras la abolición del manicomio de Valladolid. Igual distinguís algunas caras conocidas.


Sentido común


Existe una definición de la locura que no ha sido mejorada. Se remonta a 1798, unos años antes de que la psiquiatría adquiriera carta de naturaleza en el mundo médico. Proviene de la filosofía, de Kant, quien en su ‘Antropología’ la definió sencillamente como una pérdida del sentido común. Sin más.
Han pasado más de dos siglos y la definición se mantiene incólume. Incluso podemos decir que es la definición más cuerda y sensata con que contamos, mucho más cercana ella misma al sentido común que las propuestas por cualquier profesional de esa especialidad, algo emponzoñada, que llamamos  Psiquiatría.
La propuesta de Kant es más precisa y noble que cualquiera de las que se enzarzan en discusiones diagnósticas vacuas, monótonas y aburridas. De hecho, presenta varias ventajas. La primera, que al hablar de pérdida del sentido común evita alejar al loco del cuerdo, pues, como tantas veces se ha dicho, el sentido común escasea. Por consiguiente, todos estamos un poco locos aunque algunos, de cuando en cuando, lo estemos más intensamente. Esa es toda la diferencia, sin barreras, fronteras ni saltos cualitativos.
Además, y por si fuera poco, la definición carece de vuelo diagnóstico. No valora a nadie desde el punto de vista de la enfermedad. Solamente evalúa cuánto sentido común acumula o extravía. De este modo Kant nos devuelve un aire fresco original, ahora que todo se etiqueta con nombres –esquizofrenia, paranoia, depresión, trastorno bipolar– que sepultan a la persona bajo una losa categorial. En este desmadre clasificador se ha llegado a abordar la tristeza circunstancial como si se la pudiera someter a los cánones científicos del cáncer, la tuberculosis o la estenosis mitral, en vez de hacerlo bajo los parámetros del dolor, la soledad y la poética.
Lo que nos aleja de la cordura no es ni la extravagancia del pensamiento ni el desorden de la conducta, por muy desusados e inauditos que sean. No está loco el que tiene ideas raras o manías chocantes, sino el que no puede compartir espontáneamente las verdades básicas de los demás, como son el afecto, la piedad, la colaboración, la demostración de la realidad. Y como también lo son, desgraciadamente, las opciones contrarias, el egoísmo, la altanería, el desprecio o la crueldad.
Alguien que no entienda que este mundo es tan tierno como cruel, es loco. Alguien que no asuma que el otro es en principio enemigo y amigo a la vez, también lo es. Lo difícil, en todo caso, es mantenerse cuerdo en tiempos convulsos y erráticos como los presentes, cuando el sentido común nos anuncia que se ha perdido el sentido común. Por eso, de quien se sorprende o se asombra de que se pueda votar a quien es corrupto, fascista o prepotente, no se sabe si conserva el sentido común, contra viento y marea, o empieza a mostrar signos de pérdida.

Fernando Colina
Crónica del manicomio 
15.10.16

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