Buen día, queridas damas, queridos caballeros, de la Escuela de psicoanalistas de Francia, damas y caballeros de la Escuela de la Causa freudiana, y no sé si vale la pena que diga también buen día a todos aquellos que no son ni damas ni caballeros, porque creo que no hay entre ustedes alguien que haya renunciado legal y públicamente a la diferencia sexual y que haya sido aceptado como psicoanalista (…), después de haber logrado exitosamente el pase. Hablo aquí de un psicoanalista trans o no binario que haya sido admitido entre ustedes. Si existe, permítanme enviar a ese mutante, inmediatamente, el saludo más caluroso.
[En español] También quiero saludar aquí a todos los psicoanalistas hispanohablantes de América Latina y de España. Señoras, señores, y sobre todo otros, aquellos que no son ni señoras ni señores.
[Vuelve al francés] En 1917, Franz Kafka escribe Informe para una Academia. El narrador del texto es un mono que, después de haber aprendido los lenguajes humanos, se presenta frente a una Academia de las más altas autoridades científicas para explicarles lo que la evolución humana había representado para él.
El mono, que se llama Pedro el Rojo, cuenta cómo fue capturado por una expedición de caza organizada por el circo Hagenbeck, cómo fue a continuación transportado a Europa y cómo luego logró convertirse en un hombre.
Pedro el Rojo cuenta cómo aprendió los lenguajes humanos y cómo, para hacerlo, y entrar en la sociedad de la Europa de su tiempo, tuvo que olvidar su vida de mono y volverse alcohólico.
Pero lo más interesante, en el monólogo de Pedro el Rojo, es que Kafka no presenta su historia de humanización como una historia de liberación, sino más bien como una crítica del humanismo europeo.
Una vez capturados, los monos, dicen que no había otra opción más que, o bien morir en una jaula, o bien vivir pasando a la jaula de la subjetividad humana; y es, a partir de esta nueva jaula de la humanidad, que se dirige a la Academiacientífica.
Como el mono Pedro el Rojo se dirigió a la Academia de científicos, me dirijo hoy a ustedes, académicos del psicoanálisis, desde mi jaula de hombre transexual. Mi cuerpo, marcado por el discurso médico y jurídico como transexual, caracterizado en la mayor parte de vuestros diagnósticos psicoanalíticos como sujeto de metamorfosis imposible, según vuestro colega Pierre-Henri Castel; estando, según la mayor parte de sus teorías, más allá de la neurosis, en el borde o incluso en el interior de la psicosis; teniendo, según ustedes, una incapacidad de resolver correctamente un complejo de Edipo, o habiendo sucumbido a la envidia del pene. Me dirijo a ustedes, como un mono humano de una nueva era.
Yo, en tanto que cuerpo trans, en tanto que cuerpo no binario, al que ni la medicina, ni el derecho, ni el psicoanálisis, ni la psiquiatría reconocen el derecho de hablar ni la posibilidad de producir un discurso uniforme de conocimiento sobre mí mismo; aprendí, como Pedro el Rojo, el lenguaje del patriarcado colonial, vuestra lengua. Estoy acá para dirigirme a ustedes.
Dirán que recurro a un cuento kafkiano para empezar a hablarles, pero vuestro coloquio me parece más próximo de la época del autor de La metamorfosis que de la nuestra.
Ustedes organizan un encuentro para hablar de las mujeres en psicoanálisis en 2019 como si todavía estuviéramos en 1917, y como si ese tipo particular de animal, que ustedes llaman de forma condescendiente y naturalizada “mujer”, no tuviera siempre un reconocimiento pleno en tanto que sujeto político; como si ella fuera un anexo o una nota en pie de página, una criatura extraña y exótica entre las flores, sobre la cual hay que reflexionar de tanto en tanto, en un coloquio en mesa redonda. Más bien, habría que organizar un encuentro sobre hombres blancos heterosexuales y burgueses, en psicoanálisis.
El discurso psicoanalítico gira en torno del poder discursivo y político de ese tipo de animal necropolítico que ustedes tienden a confundir con el humano universal, y que es, al menos hasta el presente, el sujeto de la enunciación central en el discurso de las instituciones psicoanalíticas de la modernidad colonial.
No tengo, ya lo ven, gran cosa que decir sobre las mujeres en psicoanálisis, sino que yo también soy, como Pedro el Rojo, un fugitivo, que yo también fui, un día, una mujer en psicoanálisis; que me asignaron un sexo femenino, y como el mono mutante, también salí de esa jaula apretada, tal vez para entrar en otra jaula; pero al menos, esta vez, por mis propios pies.
Les hablo, hoy, desde esa jaula elegida y rediseñada, del hombre trans, del cuerpo de género no binario. Una jaula política que es, en todo caso, mejor que la de los hombres o la de las mujeres, porque al menos reconoce su estatuto de jaula.
Quisiera transmitirles hoy al menos tres ideas, si ustedes me lo permiten. Con la extraña libertad de hablarles desde una posición discursiva imposible; pues en tanto que en tránsito, en tanto que cuerpo de género no binario, mutante de una humanidad binaria y colonial que ustedes representan, he consagrado toda mi vida a estudiar los diferentes tipos de jaulas donde los humanos se encierran.
En primer lugar, me gustaría decirles que el régimen de la diferencia sexual, con el cual trabaja el psicoanálisis, no es ni una naturaleza ni un orden simbólico, sino una epistemología política del cuerpo, y, como tal, es histórica y cambiante.
En segundo lugar, quisiera informarles, en caso de que no lo sepan, que esta epistemología binaria y jerárquica está en crisis a partir 1940. No solamente a causa de la respuesta ejercida por los movimientos políticos de minorías disidentes, sino también por la aparición de nuevos datos morfológicos, cromosómicos y bio-químicos, que vuelven imposible la atribución sexual binaria.
En tercer lugar, me gustaría decirles que, agitada por estos profundos cambios, la epistemología de la diferencia sexual está en mutación, y va a ceder lugar, probablemente durante los próximos diez o veinte años, a una nueva epistemología.
El movimiento trans-feminista, queer, de denuncia de la violencia hétero-patriarcal, pero también las nuevas prácticas de filiación, de relación amorosa, de identificación de género, del deseo, de la sexualidad, de la nominación, no son más que indicios de esta mutación.
De cara a esta transformación epistemológica en curso ustedes tendrán que decidir, señoras y señores psicoanalistas de Francia, de América Latina, de Europa, del mundo. Lo que van a tener que decidir es lo que van a hacer: ¿dónde se van a ubicar?, ¿en qué jaula quieren estar/ser [être] encerrados?, ¿cómo van a jugar sus cartas discursivas y clínicas, en un proceso tan importante como este?
Es más, les pido algunos minutos de atención, si ustedes pueden aún, escuchar aún, al género no binario, y concederle un potencial de razón y de verdad.
En primer lugar, señoras y señores y otros, el régimen de la diferencia sexual que ustedes conocen y consideran como universal, y cuasi metafísico, sobre los que se apoyan y se articulan todas las teorías psicoanalíticas, no es una realidad empírica ni un orden simbólico fundador del inconsciente. No es más que una epistemología del viviente, una cartografía anatómica, una economía política del cuerpo y una gestión colectiva de esta energía reproductiva.
Se trata de una epistemología histórica que se construye en relación con una taxonomía racial, tanto como del desarrollo mercantil y colonial europeo, y que se cristaliza en la segunda mitad del siglo XIX.
Esta epistemología, lejos de ser la representación de una realidad, es una máquina performativa que produce y legitima un orden político y económico específico: el patriarcado hétero-colonial. Antes del siglo XIX, el cuerpo y la subjetividad femenina no eran reconocidos como sujetos políticos. La mujer y las mujeres no existían ni anatómicamente, ni políticamente, como subjetividad soberana antes del siglo XIX.
En el régimen patriarcal, anterior al siglo XIX, sólo el cuerpo masculino y la sexualidad masculina eran reconocidos como soberanos. El cuerpo femenino y la sexualidad eran subalternos, dependientes y minoritarios.
Es interesante pensar que el psicoanálisis freudiano, como teoría del aparato psíquico, como práctica clínica, aparece precisamente en el momento donde se cristalizan las nociones centrales de la epistemología de la diferencia sexual: el hombre y la mujer definidos como anatómicamente diferentes y complementarios por su potencia reproductiva, como figuras potencialmente paternales y maternales, respectivamente, en la institución familiar, colonial, burguesa; pero también la heterosexualidad y la homosexualidad pensadas como normal y patológica, respectivamente.
El psicoanálisis, visto desde el ángulo de la historia del cuerpo abyecto, de la historia del monstruo de la sexualidad normativa, y la ciencia del inconsciente, patriarcal y colonial. Les pido, por favor, no intenten negar la complejidad… perdón, la complicidad… y la complejidad, las dos, si ustedes quieren… la complejidad, así como la complicidad, del psicoanálisis con la epistemología de la diferencia sexual heteronormativa. Les ofrezco la posibilidad de una terapia política de vuestra institución. [Aplausos]
Gracias.
Pero este proceso no puede hacerse sin un análisis exhaustivo de estos presupuestos. No los refoulent pas, no los nieguen, no los repriman, no los desplacen. No me digan que la diferencia sexual no es crucial en la explicación de la estructura del aparato psíquico en psicoanálisis.
Todo el edificio freudiano está pensado a partir de la posición de la masculinidad patriarcal del cuerpo masculino, heterosexual, entendido como un pene eréctil, penetrante y eyaculante. Es por eso que las mujeres en psicoanálisis, esos animales extraños entre las flores, con útero reproductivo y clítoris, son siempre y todavía un problema. Es por esto que ustedes tienen necesitad, todavía, al principio del siglo XIX, de una jornada para hablar de las mujeres en psicoanálisis. [Aplausos]
Pero no me digan que la institución psicoanalítica no ha considerado, y no considera aun, la homosexualidad como una desviación en relación a la norma. De lo contrario, ¿cómo explicar que hasta hace muy poco no había psicoanalistas pudiéndose públicamente identificar como homosexuales? Les pregunto: ¿cuántos de ustedes se definen hoy, incluso acá mismo, en esta Escuela de la Causa freudiana, públicamente, como psicoanalista homosexual? [Silencio… seguido de aplausos]
Yo no fuerzo al develamiento de posiciones subjetivas privadas [risas]… de todas maneras, veo que ustedes no lo hacen [risas], quizás no haya, no haya para nada.
Lo que les pido es el reconocimiento de una posición de enunciación política, en un régimen de poder hétero-patriarcal y colonial.
Contrariamente a lo que piensa el psicoanálisis, no creo que la heterosexualidad sea una práctica sexual o una identidad sexual. Pienso que es más bien un régimen político que ha reducido la totalidad del cuerpo humano, viviente, y su energía psíquica, a un potencial reproductor; una posición de poder discursiva e institucional.
Los psicoanalistas son epistemológicamente y políticamente aún binarios y heterosexuales, hasta que lo contrario sea dicho o denunciado. Y hemos tenido hoy acá la prueba.
Yo no les pido a los psicoanalistas homosexuales salir del closet –incluso si piensas que eso te haría bien [risas]–; son los psicoanalistas heterosexuales en ustedes, la totalidad de esta sala, los que deben salir urgentemente del closet de lanorma.
El psicoanálisis freudiano comenzó a funcionar hacia finales del siglo XIX, como una tecnología de gestión del aparato psíquico, encerrado en la epistemología patriarcal, colonial, de la diferencia sexual. No hay intento en el psicoanálisis freudiano de superar esta epistemología, sino más bien de inventar una tecnología, un conjunto de prácticas discursivas y terapéuticas que permiten normalizar las posiciones de hombres y mujeres, y sus identificaciones sexuales y coloniales dominantes (…).
En esta epistemología hegemónica los sujetos patriarcales, coloniales, modernos, utilizan la mayor parte de su energía psíquica para producir solidaridad normativa. Angustia, alucinación, melancolía, depresión, disociación, opacidad, repetición, no son más que los costos generados para el mantenimiento de esta epistemología normativa. La psicología no es una crítica de esta epistemología dominante, sino más bien la terapia necesaria para que el sujeto patriarcal-colonial continúe funcionando, a pesar de los costos psíquicos enormes de la violencia indescriptible de este régimen. Pero esta epistemología de la diferencia sexual, con la cual el psicoanálisis freudiano trabaja, más allá de la crítica, les digo, ha entrado en crisis después de la segunda guerra mundial. Y puede ser –no estoy seguro de hecho– si ustedes son totalmente conscientes que esta epistemología de la diferencia sexual, con la cual ustedes continúan trabajando, está hoy en crisis. Está en una profunda crisis desde los años 40.
La politización de subjetividades, de cuerpos considerados como abyectos en esta epistemología, la organización de movimientos de lucha por la soberanía reproductiva y política del cuerpo de las mujeres y por la des-patologización de la homosexualidad, como también la invención de nuevas técnicas de representación de estructuras bioquímicas de la vida, va a conducir a una situación sin precedentes después de los años 40. Los discursos médicos y psiquiátricos parecen tener cada vez más dificultades, desde los años 40 del último siglo, para enfrentar la aparición de cuerpos en los cuales no se puede inmediatamente asignar un sexo femenino o masculino en el nacimiento.
Con las nuevas técnicas cromosómicas y endocrinológicas, y la expansión de la medicalización del parto, cada vez más bebés, antes llamados hermafroditas, aparecen. De cara a estos bebés, la comunidad científica-médica inventó una nueva taxonomía. El psiquiatra de niños John Money, trabajando en la Universidad John Hopkins de Nueva York, deja de costado la noción moderna de sexo, como realidad anatómica, e inventa la noción de género, para hablar de la posibilidad de producir técnicamente la diferencia sexual. Las nociones de intersexualidad, transexualidad, aparecen también entre 1947 y 1960. Por primera vez, la medicina y la psiquiatría realizan con esfuerzo la existencia de una multiplicidad de cuerpos y de posiciones sexuales más allá del binario. Pero, en lugar de cambiar la epistemología, la institución médica, psiquiátrica, psicológica, decide modificar los cuerpos, normalizar la sexualidad, rectificar las identificaciones.
Quisiera compartir, hoy, con ustedes, la hipótesis según la cual todo el psicoanálisis lacaniano, que nace precisamente después de los años 40, su re-lectura de Freud, su rodeo por la lingüística, es ya una primer respuesta a esta crisis de la epistemología de la diferencia sexual. Creo que es posible decir que Lacan intentó, como John Money, des-naturalizar la diferencia sexual; pero, como John Money, terminó por producir un meta-sistema que es casi más rígido que la noción moderna de sexo y diferencia anatómica. En el caso de John Money este meta-sistema introduce la gramática del género, pensada como construcción social y endocrinológica. En Lacan, este meta-sistema –y ustedes lo saben mucho mejor que yo– no es tampoco anatómico, es más bien aquel del inconsciente estructurado como un lenguaje, pero, como en el caso de John Money, se trata de un sistema de diferencias que no escapa –desafortunadamente– al binarismo sexual y a la genealogía patriarcal del nombre.
Mi hipótesis es que Lacan no logró des-hacerse del binarismo sexual, a causa de su fijación/apego político al patriarcado heterosexual. Esa des-naturalización está conceptualmente en marcha; pero Lacan, él mismo, no estaba listo.
A partir de 1960, con la comercialización de la pastilla anticonceptiva, después con la des-patologización de la homosexualidad, la epistemología de la diferencia sexual entra en un proceso de cuestionamiento y de mutación imparable. Hoy sabemos que un bebé cada cuatrocientos es identificado como intersexual. No puede ser reconocido en los géneros ordinarios. En el curso de los últimos veinte años, los niños que han sido operados o tratados como intersexual, se han organizado para pedir el fin de la mutilación genital y los procesos de reasignación forzada. Al mismo tiempo, que cada vez más los cuerpos comienzan a identificarse como no-binarios. A modo diferente de Estados Unidos, pero también en Argentina, como ustedes lo saben, o en Australia, se reconoce hoy los géneros no binarios como una posibilidad política.
Tengo el placer también de contarles que hace apenas unas semanas, mi amiga y colega, Judith Butler, se ha inscrito en el registro de estado civil de California como persona de género no binario. Las identificaciones de heterosexualidad, homosexualidad, pensadas en relación con la capacidad reproductiva de los cuerpos de sexo opuesto, parecen cada vez más obsoletas, de cara a la multiplicidad de técnicas de gestión de la procreación asistida. No sólo la pastilla anticonceptiva o la pastilla del día después, pero también paternidad transexual, (…), gestación por otro, externalización del útero, etc.
La epistemología de la diferencia sexual está en plena mutación. Asistimos a un proceso de transformación en el orden de la anatomía política y sexual, comparable a aquel que ha llevado al pasaje de la epistemología geocentrada a la epistemología heliocéntrica copernicana entre 1510 y 1730.
En los años próximos, deberemos elaborar colectivamente una epistemología capaz de rendir cuenta de la multiplicidad radical de vivientes, que no reduzca los cuerpos a su fuerza reproductiva heterosexual, y que no legitime la violencia hétero-patriarcal y colonial.
Cuando hablo de una nueva epistemología me refiero a iniciar un proceso de ampliación radical del horizonte democrático, para reconocer como sujetos políticos todo cuerpo humano vivo, sin que la asignación sexual o de género sea la condición de posibilidad de este reconocimiento, social o político.
Vivimos un momento –me gustaría transmitírselos hoy– de una importancia histórica sin precedentes. La violenta epistemología de la diferencia sexual puesta en cuestión por el movimiento feminista, homosexual, intersexual, transexual, queer, y secundado igualmente por la confrontación de nuevos datos científicos, está en tránsito de cambiar. Estos procesos de cambios de este paradigma científico y político conducirán al reconocimiento, en tanto que sujetos políticos soberanos, de todo un conjunto de cuerpos que hasta ahora habían sido marcados como políticamente subalternos.
En este contexto de transición epistémica, honorables miembros de la academia de psicoanálisis de Francia, y de la L’Ecole de la Cause Freudienne, ustedes tienen una enorme responsabilidad. Ustedes tienen… y tienen que saberlo… en qué lado quieren colocarse. Si quieren permanecer del lado de este discurso patriarcal y colonial, y re-afirmar la universalidad de la diferencia sexual y de la reproducción sexual, heterosexual; o entrar, con nosotros, los mutantes de este mundo, en un proceso crítico de invención de una nueva epistemología. Permitiendo la re-distribución de la soberanía, el reconocimiento de otras formas de subjetividad política. [Aplausos]
Ustedes no pueden recurrir –ya termino–… ustedes no pueden recurrir cada vez a los textos de Freud y de Lacan como si estos tuvieran un valor universal, no situado históricamente; como si este texto no hubiera sido escrito al interior de esta epistemología patriarcal de la diferencia sexual. Hacer de Freud y de Lacan la ley es también absurdo, como pedirle a Galileo de retornar a los textos de Ptolomeo o a Einstein de seguir pensando desde la física de Aristóteles.
Hoy los cuerpos, otras veces excluidos del régimen de la diferencia sexual, hablan y producen un saber sobre ellos mismos. Los movimientos transfeministas, me too, ni una menos, operan una transformación crucial.
Ustedes no pueden seguir hablando del complejo de Edipo o del nombre del padre, en una sociedad donde las mujeres son objeto de femicidios; donde las víctimas de la violencia patriarcal se expresan por denunciar a sus padres, maridos, jefes, novios; donde las mujeres denuncian la política institucionalizada de violación; o donde millones de cuerpos bajan a las calles para denunciar agresiones homofóbicas, y las muertes, casi cotidianas, de mujeres trans, así, como de las formas institucionalizadas de racismo. No pueden más seguir afirmando la universalidad de la diferencia sexual y la estabilidad de las identificaciones heterosexuales y homosexuales en una sociedad donde es legal cambiar de sexo, donde podemos identificarnos, como personas de género no binarias; en una sociedad donde hay ya millones de niños nacidos de familias no heterosexuales y no binarias. Continuar practicando el psicoanálisis, utilizando la noción de diferencia sexual y con instrumentos críticos como el complejo de Edipo, sería hoy tan aberrante como pretender continuar navegando en el universo con un mapa geocéntrico ptolemaico o controlar los cambios climáticos, o afirmar que la tierra es plana. [Aplausos]
Hoy… –sí, ya sé, ya termino–… hoy, mis queridos amigos psicoanalistas, es más importante escuchar los cuerpos excluidos por el régimen patriarcal colonial, que releer Freud y Lacan. No se refugien en los padres del psicoanálisis. Vuestra obligación política es cuidar a los niños, no la de legitimar la violencia de los padres. Ha llegado el momento de sacar el diván a la plaza y de colectivizar la palabra, de politizar el inconsciente.
Nos enfrentamos a una nueva alianza necropolítica del patriarcado colonial y de nuevas tecnologías farmacopornográfica. Sin ninguna duda, ya estamos enfrentados a una nueva farmacolonización creciente, (…), a una mercantilización de la industria del cuidado.
[Silbidos… lo llaman: “Paul…”] Sí, pienso que es necesario que pare. [Risas, aplausos]
La última cosa. Creo que la tarea que nos resta por hacer es comenzar un proceso de des-patriarcalización, des-heterosexualización y de-colonización del psicoanálisis. [Aplausos] (…) un psicoanálisis mutante alrededor de esta mutación de paradigma. Quizás sólo este proceso de transformación, por más terrible y desmantelante que les parezca, merezca hoy, de nuevo, llamarse psicoanálisis.