13 nov 2016

Todos a tratamiento, Crónica del manicomio, por Fernando Colina




¿Hasta cuándo vamos a seguir callados? ¿Qué tiene que pasar para que los profesionales dejen de ser adoctrinados por las farmacéuticas? ¿Por qué cada vez más personas que trabajan en Salud Mental se sienten orgullosos cada vez que hacen ondear la bandera de la "evidencia"? ¿Por qué no frenamos el positivismo que anula la clínica y silencia la locura? ¿Qué nos pasa?

Ahí va otra joya de Colina. De las que nos devuelven al lamento.


Todos a tratamiento


Un cuento de Machado de Assis, ‘El alienista’, publicado por entregas en un diario brasileño, hace ya muchos años, en 1882, es una cómica alegoría de los tiempos modernos.
El protagonista de la obra, el Dr. Simón Bacamarte, después de cursar los estudios de Medicina en Coimbra y Padua, regresa a su villa de Itaguaí dispuesto a construir un edificio donde ingresar a todos los dementes de la ciudad. Hombre de Ciencia y sólo de Ciencia, nada le consternaba tanto, escribe Machado, como la Ciencia misma, hasta el punto que decide estudiar profundamente la locura para clasificar sus casos, descubrir sus recónditas causas y dar finalmente con su remedio.
El hecho no llamaría nuestra atención si no fuera porque el celo científico de nuestro protagonista, fanático del progreso y de la razón, le arrastró a cobijar bajo sus cuidados nada menos que a la mitad de la población. Tan grotesco acabó siendo su ‘furor sanandi’ que, tras separar a los internados en  siete clases diagnósticas, a saber, molestos, tolerantes, verídicos, leales, magnánimos, sagaces y sinceros, concluyó ingresándose a sí mismo para someterse a tratamiento.
Salvando las lógicas distancias históricas, y si sustituimos la Casa de Orates por los tratamientos psicofarmacológicos, el posible paralelismo con ciertos excesos actuales despierta nuestro interés. Pues llama la atención que, guiados por una voluptuosidad científica comparable a la de Simón Bacamarte, los servicios de salud mental, en colaboración con los de atención primaria y con la buena disposición de amplias capas de la sociedad, hayan conseguido un consumo de tranquilizantes, antidepresivos y estimulantes que se ha convertido en una auténtica drogadicción. Simón Bacamarte se frotaría las manos si supiera que el uso de antidepresivos ha pasado de comprometer a 100 personas por millón en 1980, a 100.000 por millón en esta década, lo que le acerca a su anhelada mitad del censo. Y esto por no hablar de hipnóticos y ansiolíticos, cuya prescripción se aproxima aún más a los ideales del alienista brasileño quien, de este modo, encarna a la perfección la secreta alianza que une, en todos los tiempos y todas las ramas, la vocación ciega y furibunda con los males profesionales.
Para más inri, el celo prescriptor se ha abatido cruelmente sobre la infancia, que es alimentada hoy en día con estimulantes en cuanto da muestras de agitación, nerviosismo o intranquilidad, que son reacciones naturales y propias de los pocos años que hoy se viven como una anormalidad. En vez de analizar si algún desajuste del entorno lo fomenta o lo causa, se prefiere recurrir a la píldora que propone la Ciencia como solución ideal. Si Simón Bacamarte hubiera podido conocer el número de niños que están tratados con anfetaminas y diagnosticados de trastorno de déficit de atención e hiperactividad (TDH), vería cumplido su insólito sueño sin necesidad de encerrar a nadie.

Fernando Colina
12.11.16