¿Hasta cuándo vamos a seguir callados? ¿Qué tiene que pasar para que los profesionales dejen de ser adoctrinados por las farmacéuticas? ¿Por qué cada vez más personas que trabajan en Salud Mental se sienten orgullosos cada vez que hacen ondear la bandera de la "evidencia"? ¿Por qué no frenamos el positivismo que anula la clínica y silencia la locura? ¿Qué nos pasa?
Ahí va otra joya de Colina. De las que nos devuelven al lamento.
Todos a tratamiento
Un cuento de Machado de Assis, ‘El
alienista’, publicado por entregas en un diario brasileño, hace ya muchos años,
en 1882, es una cómica alegoría de los tiempos modernos.
El protagonista de la obra, el Dr. Simón
Bacamarte, después de cursar los estudios de Medicina en Coimbra y Padua, regresa
a su villa de Itaguaí dispuesto a construir un edificio donde ingresar a todos
los dementes de la ciudad. Hombre de Ciencia y sólo de Ciencia, nada le
consternaba tanto, escribe Machado, como la Ciencia misma, hasta el punto que
decide estudiar profundamente la locura para clasificar sus casos, descubrir
sus recónditas causas y dar finalmente con su remedio.
El hecho no llamaría nuestra atención si
no fuera porque el celo científico de nuestro protagonista, fanático del
progreso y de la razón, le arrastró a cobijar bajo sus cuidados nada menos que a
la mitad de la población. Tan grotesco acabó siendo su ‘furor sanandi’ que,
tras separar a los internados en siete
clases diagnósticas, a saber, molestos, tolerantes, verídicos, leales,
magnánimos, sagaces y sinceros, concluyó ingresándose a sí mismo para someterse
a tratamiento.
Salvando las lógicas distancias
históricas, y si sustituimos la Casa de Orates por los tratamientos
psicofarmacológicos, el posible paralelismo con ciertos excesos actuales
despierta nuestro interés. Pues llama la atención que, guiados por una
voluptuosidad científica comparable a la de Simón Bacamarte, los servicios de
salud mental, en colaboración con los de atención primaria y con la buena
disposición de amplias capas de la sociedad, hayan conseguido un consumo de
tranquilizantes, antidepresivos y estimulantes que se ha convertido en una
auténtica drogadicción. Simón Bacamarte se frotaría las manos si supiera que el
uso de antidepresivos ha pasado de comprometer a 100 personas por millón en
1980, a 100.000 por millón en esta década, lo que le acerca a su anhelada mitad
del censo. Y esto por no hablar de hipnóticos y ansiolíticos, cuya prescripción
se aproxima aún más a los ideales del alienista brasileño quien, de este modo, encarna
a la perfección la secreta alianza que une, en todos los tiempos y todas las
ramas, la vocación ciega y furibunda con los males profesionales.
Para más inri, el celo prescriptor se ha
abatido cruelmente sobre la infancia, que es alimentada hoy en día con
estimulantes en cuanto da muestras de agitación, nerviosismo o intranquilidad, que
son reacciones naturales y propias de los pocos años que hoy se viven como una
anormalidad. En vez de analizar si algún desajuste del entorno lo fomenta o lo
causa, se prefiere recurrir a la píldora que propone la Ciencia como solución
ideal. Si Simón Bacamarte hubiera podido conocer el número de niños que están
tratados con anfetaminas y diagnosticados de trastorno de déficit de atención e
hiperactividad (TDH), vería cumplido su insólito sueño sin necesidad de
encerrar a nadie.
Fernando Colina
12.11.16