27 feb 2016

Pelear con el ingenio. Ironía y desánimo en el siglo XVI





En un intento por defender las experiencias del hombre en tiempos en que la Ciencia parece querer reducirlas a sus componentes cuantitativos y neuronales, Cuatro ediciones nos brinda la oportunidad de disfrutar de una recopilación de escritos sin precedentes.

En Pelear con el ingenio. Ironía y desánimo en el siglo XVI, encontramos las «Paradojas» (1543) de Ortensio Lando, el «Diálogo con su padre, ya muerto» (1574), de Girolamo Cardano y el gigantesco «De la melancolía» (1558), del granadino Pedro de Mercado. Los tres nos dan una visión inédita de la efervescencia del individuo a mediados del siglo XVI, cada uno con su particular ingenio y una riqueza verbal poderosa.

Lando inaugura un género literario desconcertante e ingenioso: las «Paradojas». Las peores desventuras —ceguera, locura, esterilidad, exilio, pobreza, atropello, engaño conyugal, encarcelamiento o la misma muerte— son preferibles, retóricamente, a las venturas opuestas. Rebate así lugares comunes a la vez que desvela verdades más complicadas.

Cardano, sabio biógrafo de sí mismo, nos deja entrever un abismo con su impresionante «Diálogo con su padre, ya muerto», prácticamente desconocido. Este coloquio casi dostoyevskiano con el fantasma paterno es una muestra de las elucubraciones de una mente tan obsesiva y contradictoria como exacta.

Por último, Mercado, en «De la melancolía» se adelanta unas décadas a la Gran Tristeza europea. Se acerca al melancólico con sensibilidad, y define el malcontento, tan extendido en su tiempo, como «un pelear con el duende, preguntándose, respondiéndose y juzgándose». El médico granadino  destaca la agudeza de los melancólicos, su rapidez, sutileza, diligencia y memoria. Ellos, dice, «con la presteza y facilidad que tienen en entender, descubren en breve tiempo cien mil cosas, entre las cuales, algunas han de atormentar y parar tristes; y jamás conocí hombre necio o torpe a quien la melancolía atormentase».

A principios del siglo XVI apareció la palabra «psicología», y tuvo en toda la centuria un sentido distinto al actual; era un neologismo sabio, con un espectro muy variado: remitía a las facultades vegetativa, sensitiva e intelectual. Aunque mantenía una base claramente humoral que definía la calidad de cada tonalidad anímica, las emociones, pensamientos e imaginaciones empezaban a ser mejor analizadas, especialmente en el individuo quejumbroso.

Lando estudió medicina, y tanto Cardano como Mercado eran médicos, una profesión totalizadora por entonces. En sus escritos se mezclaban cosmología, ciencias naturales, dietética y valores morales; todo se veía abrazado por la física antigua —que regía los cuerpos como regía los cielos— y se veía proyectado, además, sobre el campo de las costumbres en su integridad.

Este libro nos permite volver allí donde Ciencia y Humanidades eran incapaces de separarse para mirar el espíritu. A ver si vuelve a despertarse el interés por lo humano. A ver si se nos pega algo.

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