Acerca del caso Dreyfuss sin Zola o la causalidad diabólica
La locura
se puede definir, muy brevemente, como una regresión al abismo de la visión o,
en otras palabras, al cuerpo humano que ésta gobierna. En efecto, la zona occipital,
que regula el desarrollo de la visión, controla, según mi hipótesis, el
cerebro, y el cerebro controla todo el cuerpo. De ahí que sea tan importante lo
que Lacan minimizaba como “inconsciente escópico”, y esa mirada a la que el
dicho psicoanalista apodara “objeto a minúscula”. Por el contrario, la mirada
es un infinito. Contiene imágenes en forma de alucinaciones que son lo que Jung
llamara “arquetipos” y Rascowski “visión prenatal”. Ferenczi habló del
inconsciente biológico: por muy increíble que parezca, ese está contenido en la
mirada en forma de alucinaciones. La magia, el inconsciente antes de Freud, lo
sabía: “fons oculus fulgur”. Freud también decía que el inconsciente se crea a
los cuatro o cinco años; en efecto, los niños padecen dichas alucinaciones de
una forma natural: de ahí el retorno infantil al totemismo, del que hablara
también el fundador del psicoanálisis.
Pero el
cuerpo humano, que, salvo para los niños, es un secreto, contiene igualmente
alucinaciones olfativas, aunque éstas no remitan a inconsciente metafísico o
junguiano alguno, es decir, a inconsciente alguno de la especie o, en otras
palabras, a su pasado, en el que los dioses están bajo la figura de tótems,
pues no en vano la palabra “zodiaco” significa en griego animales. Dioses éstos,
pues, corporales, hijos del Sol y de la Tierra.
He aquí,
por consiguiente, que le cuerpo contiene la locura y, como el único cuerpo
entero que existe es el cuerpo infantil, es por tal motivo que la esquizofrenia
tuvo por primer nombre “dementia praecox” o demencia traviesa. Respecto a la paranoia,
su problemática es triple o, en otras palabras, quiero decir que existen tres tipos
de paranoia, pues ya nos dijo Edwin Lemert que no existe la paranoia pura; uno de
los tipos de paranoia cuyo síndrome es el delirio de autorreferencia, nos reenvía
al problema de que el psiquismo animal es colectivo, y ese es el magma
alquímico, en cuyo seno se hunde tal género de paranoico. El otro género de
paranoico es el que proyecta su agresividad, con frecuencia, sobre su mujer en
el delirio de los celos. El tercer género de paranoico es el que, según ya dijo
Edwin Lemert, tiene realmente perseguidores. Ese es el caso al que yo llamo el
caso Jacobo Petrovich Goliardkin (el protagonista de El doble de F. N. Dostoyewski).
Es un sujeto con frecuencia deforme, enano o simplemente raro, o tan oscuro
como Dreyfuss, que es víctima de agresiones, humillaciones y vejaciones por
parte de sus amigos o compañeros de oficina, -o, a veces, de un portero, o
sencillamente de un camarero-, y que para dar sentido estético a su vivencia se
inventa a los masones, o a la C.I.A., metáforas que reflejan a tan sombríos
compañeros.
Las otras
locuras son frecuentemente producto de la psiquiatría: tal es el caso de las
alucinaciones auditivas, que no existen en estado natural alguno y que son
producto de la persecución social o psiquiátrica que cuelga, como vulgarmente
se dice, en lugar de explicar o aclarar. Pues cada ser humano puede ser en
potencia un psiquiatra, con sólo prestarnos la ayuda de su espejo. Pasemos
ahora al caso de Dreyfuss; el caso Dreyfuss, en verdad, fue, como el mío, un
caso muy extraño. Ni yo ni él entendimos el origen de la persecución; su
naturaleza, sin embargo, o su mecanismo puede definirse como el efecto “bola de
nieve”: se empieza por una pequeña injusticia y se sigue por otra y por otra
más aún hasta llegar a la injusticia mayor, la muerte. O bien como en el lynch empieza
uno y continúan todos. Así, yo he sido la diversión de España durante mucho
tiempo y, a la menor tentativa de defenderme, encontraba la muerte, primero en Palma
de Mallorca en forma de una navaja y, luego, en el manicomio del Alonso Vega (Madrid)
en forma de una jeringa de estricnina; pero todo por un motivo muy oscuro, no sé
si por mi obsesión por el proletariado, nacida en la cuna de la muerte, o bien,
por miedo a que desvelara los secretos de un golpe de Estado en que fui
utilizado como un muñeco, y en el que los militares tuvieron, primero, la
cortesía de apodarme “Cervantes”, para llamarme después, en el juicio, “el
escritorzuelo”. Pero no son sólo los militares los que me usaron; en España me
ha usado hasta el portero para ganarse una lotería que de todos depende, porque
el psiquismo animal es colectivo, y éste es el motivo de que el chivo expiatorio
regale gratuitamente la suerte, en un sacrificio ritual en pleno siglo XX, en
nombre de un dios que ya no brilla, sino que cae al suelo herido por las
flechas de todos. Ese dios al que todos odian por una castidad que ha
convertido al español en un mulo y en una mala bestia. Al parecer toda España
ha rodeado amorosamente a la muerte entre sus brazos, y la prefieren al sexo y
a la vida.
Que ella
les dé al fin su último beso en la pradera célebre del uno de mayo.
Poemas
del manicomio de Mondragón
Foto: www.capitulouno.net
Pensándolo bien, la explicación que da Panero a la locura no suena más delirante que muchas de las que nos damos los especialistas de hoy para justificar nuestra pobre labor.
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