27 ene 2012

A propósito de un (sielos, que esto no sea un fra)caso


La culpable de este sugerente texto participó como ponente en la primera edición de nuestras jornadas...

Cuando le conocí, su pensamiento se desmoronaba una y otra vez por más que trataba de dirigírmelo y explicarme lo que sentía. Atlas tenía 18 años y los sentidos se le difuminaban para convertirse en una masa informe de sensación, vertebrada por angustia {Lovecraft seal of approval}. Un primer brote psicótico desplegando y batiendo sus alas con fuerza arrasando toda su experiencia; concediéndome el honor de presenciar su nacimiento. Fascinada y aterrada a iguales partes corrí a darle antipsicóticos, obviando las dudas científicas acerca de la necesidad de dar un fármaco que tras su administración crónica roe corteza cerebral. {Si Atlas fuera sueco habría sido mi obligación darle benzodiacepinas y dejarle a su cerebro la oportunidad de reorganizarse él solito, pero eso es otra historia y ha de ser contada en otra ocasión}.

Atlas ingresó en la unidad de psiquiatría y poco a poco sus sentidos se reubicaron, el color verde dejó de hacerle daño, la luz dejó de envenenarle, todo empezó a cobrar sentido en torno a una persona que le perjudicaba; poco a poco todo fue volviéndose gris, normal y confortablemente seguro hasta poder superar lo que los alienistas llamamos “prueba de realidad”. Atlas se curó, aunque con él se quedó un miedo a todo lo que le había pasado, soportable pero corrosivo. Se fue de alta tras dos semanas, con su dosis elevada de neuroléptico para no enloquecer de nuevo y su dosis no desdeñable de benzodiacepinas para esa ansiedad que le venía al pensar en cómo la verdad le había traicionado.

Han pasado las semanas y los meses y Atlas sigue asustado. Hay días en que su desazón recuerda a esos momentos en que las frases se le deshilvanaban, porque es el modo en el que la mente de Atlas experimenta ahora el desasosiego. Pero cada vez que aparece en nuestra consulta con “alteraciones formales del pensamiento” te planteas si subir el neuroléptico y las benzodiacepinas, para que Atlas esté tranquilo y vuelva a ser él. Cumple criterios; la literatura dice (o de la literatura se puede interpretar) que procede medicar más a Atlas. Que sin medicar las consecuencias pueden ser irreparables.

Hay cosas que en la consulta no quieres oír y mira, no te queda otra que oírlas. Hay cosas en los estudios que no quieres leer y haces como que no las has leído. Pero están ahí. Es relativamente sencillo intuir que quitar un antidepresivo pueda provocar una depresión. Cae casi de “captain obvious” que al quitar un tranquilizante como las benzos aparecerá ansiedad exigiendo su caramelo. Quítale su hipnótico a un insomne y volverá más insomne todavía (única razón por la cual no echo flunitrazepam en las cañerías de mis vecinos, por más ganas que me den).

Pero cualquier psiquiatra entra(rá) en barrena al plantearse la posibilidad de que sus sacrosantos e indispensables antipsicóticos sean los que enloquecen. Resulta que vienen Moncrieff y los Chouinard y te explican que quizá ese segundo episodio al retirar el tratamiento no sea la enfermedad resurgiendo cual ave fénix sino iatrogenia tuya a cuenta de haber descarajado el equilibrio de dopamina en el cerebro. Tú tragas saliva (tú que tienes, no como tus pacientes con neuroléptico). Mucha. Máxime si, dictadura de los criterios diagnósticos mediante, ese supuesto “nuevo episodio” aboca a mal pronóstico. Pero y si no. Psicosis por hipersensibilidad, lo llaman, planteando alternativa a la clásica explicación “necesita el fármaco, si se lo quitamos vuelve a empeorar, dejémoslo puesto  otros 5 ó 50 años.”. A mí me inquieta. ¿A ti no te inquieta? Revisa si en tu casa no te están echando unas gotitas transparentes en la comida, que a veces pasa.

Hay un antes y un después del momento de tener miedo a ser tú el que está empeorando al paciente. De que quizá el paciente necesitaría un homeópata (por aquello de que necesita que no le hagan nada). Pero, no, basta, me niego. [Ruido de cristales rotos y camisas desgarradas, estruendo aprobatorio.] Atlas deliró, deliró a chorro. Y harto peor, antes de poder siquiera delirar, el pensamiento le patinaba tanto que ni a construir delirio llegaba. Y Atlas sufrió atrozmente esos días y Atlas no quiere volver a ese lugar. ¿Cómo le freno si el veneno para sus dragones es alimento para esos mismos dragones?

Canto en clave psicofarmacológica porque es donde canta mi escolanía. Pero médicos iatrógenos que olvidan que veneno es más de lo que parece, por doquier. Es bonito pensar que tu talonario de recetas, tu elegante firma y tu número de colegiado/área sanitaria, todos a coro, puedan hacer tantas cosas; desde aliviar a alguien a fundirte un presupuesto mensual de área en una sola mañana. E incluso, hay que joderse, contradecir tus propios actos terapéuticos.

Le he explicado a Atlas este despropósito. Él no quiere más neuroléptico. Le aterra recordar aquellas semanas pero le aterra tanto o más cómo se ha sentido estos largos meses y llegar a necesitar esa(s) pastilla(s) diarias que le frenan el pensamiento. Hemos acordado bajarlas, poco a poco. Hemos consensuado también que de su más que probable adicción a las benzos hablaremos cuando hayamos resuelto este primer entuerto. ¿Enloquecerá de nuevo? ¿a quién le echaré la culpa yo si lo hace? ¿a él por loco? ¿a mí por come-farma-flores? ¿a Moncrieff por investigar? ¿a ti por estar ahí leyendo como un pasmarote?

Sea quizá que sale de mis dedos risperidona pretendiendo funcionar como hilo de Ariadna pero se arrolla al cuello de mi paciente en vez de guiarle fuera del laberinto. O  sea quizá que ya no hay tal laberinto. Yo qué sé. Lo único que está en mi carpo es tener cautela. En fin, a mí en la facultad me contaron que esto era más fácil. Ya les vale.

Que Lady Gaga (n)os acompañe…

Marta Carmona Osorio, MIR-2 de Psiquiatría en el Instituto Psiquiátrico José Germain (Leganés), para http://prescripcionprudente.wordpress.com/
Foto: Ralph Gibson

17 ene 2012

CRÓNICA DEL MANICOMIO, por Fernando Colina


Conciencia de enfermedad

No se sabe bien si, debido a la ignorancia o a la comodidad, en mi campo profesional se usa cada vez más esa bagatela conceptual que llamamos ‘conciencia de enfermedad’. Con altiva suficiencia cuestionamos una y otra vez si ha nacido o no esa forma de ‘sabiduría’ en quienes han desviado la razón de su cauce convencional, y diferenciamos el estado de las personas que nos consultan según tengan o no lo que entendemos como un conocimiento venturoso de sí mismos.

Más allá de sus excesos, este uso es bastante desconcertante. Primero, porque nos impone la idea de que los problemas mentales quedan circunscritos al criterio de enfermedad, que rige con solvencia en el campo de las dolencias somáticas pero que, se diga lo que se diga, se adapta mal a la vida psíquica. En segundo lugar, porque nos enfrentamos directamente con unos supuestos enfermos que no reconocen que lo están, lo que nos obliga a considerar si no seremos nosotros los equivocados cuando queremos corregirles haciendo que pasen por las horcas caudinas de nuestros frágiles conceptos. Reducir su modo de ser a una enfermedad parece más bien un exceso por nuestra parte del que nos deberíamos curar cuanto antes, no sea que perdamos la conciencia de nuestros males antes que ellos. Por último, también es inquietante que nuestro proceder descanse en pedir a los alienados que se declaren enfermos como primer paso para sentirse curados. En realidad, según la opinión de un compañero en relación a este equívoco planteamiento, la solicitud que se le hace al psicótico no es, en el fondo, más que la exigencia de que se identifique como tal para que se someta a nuestro pensamiento y pueda ser, de este modo, aniquilado como sujeto. A la postre, el procedimiento descubre que a menudo los psiquiatras confundimos curar con lo que sólo es sojuzgar.

Como se ve, no queda claro si lo que está en juego es que el loco recupere la razón, es decir, que asimile nuestra manera de razonar, pues la suya no la pierde nunca, o bien que el poder del psiquiatra quede a salvo gracias a la humillación que infringimos al loco imponiendo nuestro criterio. Sea como fuere, es sorprendente lo que el cuestionamiento de una simple frase, aparentemente anodina y cargada de sentido común, puede desencadenar en la práctica psiquiátrica y, sobre todo, en nuestra ideología. Pero es que llega a ser vergonzoso que se reúna a los pacientes para que se reconozcan enfermos y adoctrinarlos de paso en la necesidad de seguir a rajatabla nuestras dudosas estrategias de tratamiento.

Es cierto que reconocer los errores puede llegar a ser el primer paso para corregirlos, pero dudo que la categoría de error pueda abarcar y reducir la digna energía de muchos delirios. En todo caso, parece más sano decirle a alguien que está equivocado antes que tacharle sibilinamente de enfermo.

El Norte de Castilla, 19 de noviembre de 2011

Nuestro más enérgico apoyo a este movimiento

Manifiesto a favor de una psicopatología clínica, que no estadística:

http://stopdsm.blogspot.com/2011/04/manifiesto-favor-de-una-psicopatologia.html

Os animamos a firmar el manifiesto y a comprobar la cantidad de grupos e instituciones que ya se han adherido a esta campaña.

La Revolución Delirante / Manifiesto 2011

Hace ya bastante tiempo que los jóvenes herederos del Hospital Dr. Villacián de Valladolid, que nos formamos o trabajamos en Salud Mental, coincidimos en la necesidad de reunirnos más a menudo con compañeros de otras provincias.
Es sabido por todos que nuestra profesión se encuentra en una situación difícil. Parece que ya no somos capaces de abordar la locura y acompañarla, sino que nos limitamos a someterla a test y pruebas, clasificarla y medicarla. El hecho de que la formación de los jóvenes suela impartirse de un modo dogmático, rígido y dirigido hacia esos modos de actuar no hace sino acrecentar un problema al que estamos contribuyendo de forma más o menos pasiva. La ausencia de conferencias o encuentros que realmente resulten útiles y el consecuente silencio que se establece entre nosotros, no hacen sino promover en mayor medida el estancamiento de los conocimientos y, finalmente, la eliminación del verdadero quehacer clínico que nos llevó a elegir este trabajo.
Esto es una realidad que compartimos con otros profesionales que nos han visitado o que hemos conocido en distintas rotaciones, congresos o periodos de trabajo. Por estas razones, entre otras, y de forma inédita en España, nos disponemos a realizar unas jornadas de encuentro entre todo tipo de profesionales de la salud mental, que será organizada, promovida y llevada a cabo por jóvenes.
Freud afirmaba: «No hay pensamiento que no tienda a la identidad». Esperamos que esta reunión consiga recoger los distintos puntos de vista, opiniones y soportes teóricos de todos los participantes, y aunarlos en un debate. En eso y no en otra cosa consiste para nosotros lo que ahora nace como «La revolución delirante».